jueves, 14 de junio de 2012

Borges hablando del mundo de hoy

De hoy, sí, aunque lo dijo en 1984 o 1985, pero eso no tiene la menor importancia:

"Antes no se hablaba de economistas, pero el país prosperaba. Ahora casi no se habla de otra cosa, y el resultado de esos expertos ha sido la ruina del país; pero eso no importa, sigue hablándose, sigue insistiéndose en esa ciencia, posiblemente no menos imaginaria que la alquimia".


Reencuentro. Diálogos inéditos, de Borges y Osvaldo Ferrari. Editorial Sudamericana, 1999.

jueves, 7 de junio de 2012

Salvar al mundo... no haciendo nada


Mi última esposa estuvo diez años sin saber nada del asunto. '¿Pero qué hiciste?', me preguntó. 'No hice nada’.
Stanislav Petrov



Por azar o por algún motivo que desconozco (en realidad es lo mismo) hoy me ha venido a la mente la historia de uno de los grandes héroes de la humanidad: el hombre que salvó al mundo... no haciendo nada. Quiero contar su historia sencillamente, sin pretensiones, como si no estuviera haciendo nada (consultando, eso sí, la Wikipedia, no vaya a inventarme los hechos, que ya sería hacer demasiado).

Los héroes suelen ser hombres de acción y se les celebra por las cosas que han hecho. Stanislav Petrov, en cambio, apenas es conocido, fue castigado por lo que no hizo, y seguramente nos salvó la vida a todos nosotros (a los que estábamos vivos entonces y a los que nacieron después). Vivió una época en la que dos ideologías amantes de la acción se disputaban la hegemonía mundial: una de ellas empeñada en el cambio social, la otra en la incesante acumulación de riquezas; ambas adoradoras de la producción, la velocidad y las novedades. No parecía haber lugar para un hombre tranquilo y sabio que optara por la inacción. Sin embargo, hubo un lugar para él… un lugar en el que podría haber estado otro, un “héroe” al uso que inmediatamente se habría levantado al grito de ¡hay que hacer algo! Pero estuvo Petrov, y todos debemos estar agradecidos por ello. Es una gran inspiración para los vagos del mundo.

El 26 de septiembre de 1983 sucedió lo que más temían todos a ambos lados del telón de acero. El sistema de satélites de alerta temprana de la Unión Soviética (llamado OKO, que en ruso significa “ojo”) avisó de que un misil balístico intercontinental había sido lanzado desde una base estadounidense y que impactaría en la URSS en veinte minutos. Podía haber sido el inicio de una guerra nuclear. Se suponía, de hecho, que algo así debía ser el inicio de una guerra nuclear: para eso existían los sistemas de alerta temprana y los miles de misiles con cabezas nucleares que uno y otro bando tenían apuntando al enemigo. Además, los ánimos estaban caldeados: poco antes, la URSS había derribado un avión de pasajeros surcoreano que había invadido el espacio aéreo soviético; después de esto, la OTAN había iniciado ciertas maniobras militares que simulaban una escalada bélica que culminara con lanzamiento de misiles atómicos. A los rusos les había parecido muy sospechoso el realismo del simulacro. No les gustaba nada, y estaban alerta (al parecer, la KGB lo consideraba la preparación para un ataque real).

Desde su puesto en el centro de mando de la inteligencia soviética, Petrov tenía encomendado alertar de cualquier amenaza a sus superiores para que estos tomaran las medidas oportunas. O lo que ellos consideraran que eran tales: en este caso, la alerta seguramente habría acabado en medidas muy inoportunas para toda la humanidad. Nuestro héroe, sin embargo, conocía el sistema de alerta temprana como si lo hubiera parido, y sabía que podía cometer errores. Además, pensó que los Estados Unidos nunca iniciarían una guerra nuclear lanzando un solo misil: dada la naturaleza de una guerra atómica, la única forma lógica de lanzar un ataque era asegurarse una aniquilación total y rápida de las fuerzas del enemigo. Desde luego, eso requería algo más contundente que el lanzamiento de un solo misil. Habría sido como atacar a un ejército armado hasta los dientes lanzándole una piedra: algo que podríamos esperar de un loco, no de una superpotencia. Más tarde, el sistema avisó de que cuatro misiles más se dirigían a la Unión Soviética. Cinco aún le parecieron pocos misiles a Petrov... y con razón.

Entonces, Stanislav Petrov, héroe de toda la humanidad, no hizo nada. Seguro de que se trataba de un error, no dio la alerta y acertó. Más tarde se descubrió que, efectivamente, el OKO que todo lo ve (y lo que no ve se lo inventa) se había equivocado debido a una conjunción astronómica desafortunada entre la Tierra, el Sol y el satélite que había lanzado la alarma. Deslumbrado, como quien dice, el satélite había visto un misil fantasma (¡y luego cuatro más!) donde no había nada. Como máquina que era, había cumplido su cometido sin tacha transmitiendo el mensaje al búnker Serpujov-15, sin plantearse duda alguna, sin importarle las circunstancias ni las posibles consecuencias. Por suerte, en el búnker Serpujov-15, además de máquinas, había seres humanos. Concretamente, había un ser humano que sí se planteó dudas, que sí sopesó circunstancias y consecuencias, y decidió no hacer nada. Absolutamente nada. Excepto salvar el mundo que conocemos, claro está.

Más tarde, las autoridades soviéticas hicieron lo que cabría esperarse de las autoridades soviéticas. Reasignaron a Petrov a un puesto inferior. Por supuesto, para la mentalidad militar (más cercana a la del satélite idiota que casi provoca un desastre de proporciones desconocidas para la humanidad que la del hombre que evitó dicha catástrofe) Petrov se había equivocado, pues su deber era informar a sus superiores y dejar a estos las decisiones. Ciertamente, podría haber hecho eso si hubiera confiado en que las altas autoridades militares tomarían la decisión correcta, es decir, si hubiera sido un loco o un idiota. Por eso le degradaron, como castigo por lo que había dejado de hacer (un castigo, todo hay que decirlo, bastante suave para los estándares soviéticos: hasta ellos tenían que saber que Petrov, en el fondo, había hecho bien, aunque jamás lo reconocerían). Después, hicieron lo posible por ocultar el incidente.

Nada hiciste para nacer, nada tendrás que hacer para morir, y a nada que lo pienses se te ocurrirá una lista larga de personas que habrían hecho un favor al mundo si entre medias tampoco hubieran hecho nada. Así pues, cuando alguien te diga que tienes que hacer algo con tu vida, recuerda a Petrov, y considera todas las posibilidades... ¡A lo mejor hacer algo con tu vida no es la mejor idea!

lunes, 4 de junio de 2012

La Normalidad


El otro día soñé que estaba en una banda de heavy metal (yo era el cantante, llevaba greñas, chupa de cuero, cadenas y toda la parafernalia heavy). Aparte de eso, lo único que recuerdo del sueño es el estribillo de la canción que cantaba: ¡Muera la normalidad! Así que al leer este texto hagan el favor de imaginárselo cantado a grito pelao y acompañado de guitarras distorsionadas.

Un domingo de mañana
pasea por la ciudad
un caballero cualquiera;
bajo el brazo lleva el pan.
En el quiosco de siempre
se ha detenido a comprar,
como siempre, su diario
de tirada nacional.
Ya lo coge distraído
mirando algún titular
(su equipo ganó el partido
pero la Bolsa va mal).
Sonriendo al quiosquero
enseguida va a pagar.
Del bolsillo la cartera,
y un billete saca ya
que le tiende al comerciante
con un gesto natural.
El billete tiene un vicio
un tanto particular:
el papel se curva como
si se quisiera enrollar.
Por qué será.
¡Muera la normalidad!

El marido llega a casa
cansado de trabajar;
la mujer, que le esperaba,
y le dice "hola, qué tal"
se levanta de la silla.
Él se sienta en el sofá.
Ella le mira con asco:
"Ni se te ocurra manchar
los muebles con esa ropa...
¡no me seas animal!".
El marido se despoja
de la ropa de faenar;
a su esposa se la entrega
y ya se ha vuelto a sentar.
La mujer mira las prendas
por delante y por detrás,
todas llenas de esas manchas...
"qué remedio, hay que frotar".
Roja oscura y ya reseca
la macabra suciedad
se resiste a los lavados,
la lejía y el Dixan...
...y no se va.
¡Muera la normalidad!

Un anónimo individuo
entre todos los demás,
gabardina y traje oscuro
canas y mediana edad,
sin nada que le distinga
camina en el bulevar;
luego dirige sus pasos
hacia las calles de atrás.
Se detiene en una esquina
porque acaba de encontrar
a una mujer que le mira
y cuyo oficio es amar.
Hablan, negocian y pactan
la tarifa y el lugar
y agarrados de la mano
hacia lo oscuro se van.
La mujer mira a la cara
del caballero y sin más
"Cómo te llamas, cariño",
pregunta por preguntar.
Qué sonrisa tan extraña
tiene el hombre al contestar
"Me llamo Jack".
¡Muera la normalidad!

Tras su mirada tan triste
es el típico chaval
que en su casa le recuerdan
cuando es hora de cenar.
Si por alguna suspira
a la chica le da igual;
tiene granos en la cara;
tiene sólo una amistad:
un amigo imaginario
aunque para él es real.
Del instituto es el paria,
del abusón punching ball.
¿Qué ocultan sus ojos tristes
y su mirada glacial?
Mientras pasa lista el profe
él está pero no está:
en su mente hay tiroteos
y un desenlace fatal.
Me pregunto si algún día
tanto caos y tanto mal
como guarda en su cabeza
de su cabeza saldrá.
Y qué más da.
¡Muera la normalidad!