Cuentan que el
extraño llegó una noche mezclado entre los marineros de un barco mercante. Bajó
del barco y se perdió en el pueblo. Pocos se fijaron en él en ese momento. Los
días siguientes recorrió la pequeña población costera llevando bajo el brazo su
inseparable carpeta. Se dice, aunque no es seguro que alguien lo haya visto
realmente, que dicha carpeta contenía un mapa trazado a mano en un papel ya
amarillo por el paso de los años, con una equis dibujada en un lugar cuya
distancia a la referencia geográfica más cercana estaba expresada en pasos.
Habló con los ancianos que se iba encontrando. Con cualquier excusa, les
preguntaba por lugares que ya casi nadie recordaba, o que desde hacía años eran
conocidos por otros nombres. La roca de la calavera... por el camino compró una
pala en la ferretería... la cueva de los condenados, el árbol del ahorcado.
Hablaba con una voz suave y susurrante.
Cuando
tuvo la información que buscaba, salió del pueblo, con su carpeta y su pala,
por el camino que se adentra en las colinas. Caminó hacia el sur unos dos
kilómetros. Siguió por otro camino que giraba a la derecha ante una roca
concreta cuya forma recordaba la de un cráneo. Después vio una cueva y escuchó
cómo el viento que entraba en la misma hacía un sonido parecido a un lamento
humano: en ese lugar tomó otro camino, que siguió hasta encontrarse con un
árbol cuyas ramas retorcidas y siniestras le daban un aspecto lúgubre. Ahí es
donde empezó a contar sus pasos. Luego se puso a cavar y a la media hora
encontró un cofre cuya cerradura forzó de un palazo. Dentro del cofre había un
montón de papeles escritos con letra menuda.
Eso
lo cuentan quienes pueden contarlo, aquellos que se encontraron con el
personaje o son hábiles haciendo conjeturas e inventando detalles. Lo que todos
pudimos oír perfectamente fue el grito. El forastero debía estar a una buena
distancia del pueblo, al menos tres kilómetros. Pese a ello y a la voz suave y
susurrante, nos llegó claro su lamento: "¡Mierda, preferentes!",
seguido de una contundente blasfemia.
Desde
entonces, no sale de la taberna y sólo cuenta historias extrañas de piratas sin
pata de palo ni parche en el ojo, con voz de sirena y lenguaje de marciano,
temibles lobos de oficina que no se detienen ante nada: ni ante los ahorros de
toda la vida de la anciana ignorante, ni ante la inocencia del joven que no
sabe aún de la vida y cree en cuentos de piratas con parche en el ojo o de altas rentabilidades aseguradas, ni ante el sufrimiento de los humildes, ni siquiera ante
la buena fe del honrado lobo de mar que antaño surcó los siete mares en su
temido velero.
es que si Barbanegra hubiera conocido la renta fija no se habria tenido que ir a aventurar al mar sino que podria haber despojado a sus victimas desde la comodidad de su casa
ResponderEliminarEfectivamente: ¡es el progreso!
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