miércoles, 24 de octubre de 2012

Que no, joder, que no nos representan

Para hacer tiempo mientras rumio un par de entradas que pueden llegar a ser largas y densas (una que me sugirió mi amigo Carlos en un comentario a otra entrada sobre la justicia en España y otra sobre lo mucho que se parece la situación económica y social actual a un domingo de resaca), sigo con las minientradas breves. En fin, esto es típico de mí, o me enrollo como las persianas o apenas paso del twit.

El caso es que anoche estaba viendo cierto programa de humor centrado en la actualidad política en el que hicieron varias conexiones con la Plaza de Neptuno para cubrir la protesta de anoche. En cada conexión el reportero hacía una breve entrevista a uno de los asistentes a la manifestación, consistente en dos preguntas: la fácil ("por qué has venido aquí"), y la relativamente difícil, que es la que me interesa: ¿no crees que cuando coreáis "que no nos representan" estáis siendo injustos al generalizar, igual que algunos medios generalizan con vosotros cuando dicen que sois todos unos violentos de extrema izquierda?

Pues bien, me preocupó un poco el nivel de empane de los entrevistados: aunque hubo grandes diferencias entre unos y otros, en general la segunda pregunta se les atragantó... cuando en realidad no era tan difícil. Esto es lo que yo habría contestado:

En primer lugar, por supuesto que se generaliza cuando se dice que no nos representan, pero en este caso está totalmente justificada la generalización. Al margen de que yo pueda sentirme más o menos representado por ciertos parlamentarios, la función del parlamento español en su conjunto es representar a la sociedad española en su conjunto (podemos decir lo mismo de cualquier parlamento autonómico y su Comunidad Autónoma, por supuesto), no que políticos individuales representen a ciertos individuos. Esa es la idea de la democracia representativa. Por lo tanto, no sólo se puede sino que se debe generalizar: para hablar de la representatividad no tiene sentido no hacerlo.

En segundo lugar, no nos representan porque la ley electoral no es proporcional y por lo tanto falsea las voluntades de los electores y el peso que cada voluntad tiene en la sociedad. Ahora mismo se han presentado unos presupuestos y nada menos que once enmiendas a la totalidad de los mismos. Pues bien, los partidos que han presentado las enmiendas obtuvieron más de la mitad de los votos en las última Elecciones Generales, y el partido que presenta los presupuestos obtuvo menos de la mitad. Sin embargo, el partido que presenta los presupuestos tiene mayoría en el Parlamento, por lo que los presupuestos saldrán adelante. Conclusión: el parlamento no es repersentativo. Pero esto ya lo contaba yo en mi blog. ¿Es que no me lee? Pues vaya periodista. Hay que hacer los deberes, hombre.

Además, el Parlamento tampoco es representativo de la sociedad española ni social ni económicamente. Los diputados son más ricos que el ciudadano medio y por lo tanto toman decisiones sobre cosas que nos afectan a la mayoría de forma muy distinta de cómo les afectan a ellos, como por ejemplo reformas laborales, recortes en servicios públicos, pensiones, etcétera.

Por último, los políticos no nos representan porque tienen otras servidumbres... habrá quien se salve, pero no hacer esa generalización es negarse a ver lo evidente.

Como soy capaz de hablar rápido y fluido, no habría tardado mucho más en soltar todo eso de lo que tardaron aquellos a los que entrevistó el reportero.

martes, 23 de octubre de 2012

Curiosa aritmética

Once enmiendas a la totalidad de los Presupuestos Generales del Estado para el 2013

"Salvo UPN y Foro, toda la oposición parlamentaria al Gobierno (PSOE, CiU, PNV, Izquierda Plural, UPyD, ERC, BNG, CC, Amaiur, Compromís y Geroa Bai) han (sic) registrado enmiendas a la totalidad a unas cuentas que -según aseguran- son "nefastas", "malas" y destruirán el estado de bienestar"

Una simple suma nos muestra que los partidos que presentan estas enmiendas sumaron entre todos el 50,28% de los votos en las últimas elecciones generales.

El partido que presenta los presupuestos, el 44,62%.

(Por si a alguien le parece poco imoprtante todo esto de la ley electoral y la proporcionalidad)



miércoles, 10 de octubre de 2012

Los motivos para el descontento político

En la anterior entrada me mostraba partidario de la minoría ruidosa frente a la mayoría silenciosa. Aparte de que es una cuestión de principios (no quiero que mi silencio sea un cheque en blanco para que cualquiera pueda darle la interpretación que le apetezca), también afirmaba que "algunos de nosotros, vagos, indeseables y antiespañoles, seguimos pensando que hay motivos para protestar". Ahí lo dejé, pues luego me centraba en hablar de las infames campañas de criminalización y desprestigio que los medios de comunicación de masas y las autoridades (in)competentes han lanzado contra cualquiera que proteste y no lo haga por el derecho a la vida (de los fetos).

Al margen de la ironía, creo que el descontento con la política no es cosa de unos pocos alborotadores, sino que está muy extendida, como parece indicar el último sondeo del CIS.

Primero, dos aclaraciones:

Los motivos del descontento con la política pueden variar mucho entre individuos. Trataré de repasar los que considero más importantes para la gente en general, aunque seguramente acabaré hablando de mis propios motivos. Esto no es más que un artículo de opinión, al fin y al cabo.

En segundo lugar, estoy de acuerdo con los que dicen que es peligroso que cunda la fobia antipolítica entre la población. Quiero dejar claro que hay dos maneras de echar a los políticos la culpa de los males de la nación. Una de ellas, la temida fobia antipolítica, supone pensar que la política es mala en sí, y que un político, por el mero hecho de ser político, es un ladrón y un mentiroso. La otra es radicalmente diferente: supone valorar la política como algo bueno y necesario, algo de lo que debemos esperar mucho. Si uno espera mucho de los políticos, es evidente que se sentirá decepcionado cuando obtenga poco. La gran diferencia entre estas dos maneras de entender la culpa de los políticos en la situación del país quizá tenga que ver, en parte, con la ideología. Me explico: yo, que tengo ideas de izquierda culpo antes a los políticos que a las élites empresariales porque espero que la política defienda mis intereses, cosa que no espero de los empresarios, que tienen todo el derecho del mundo a ir a lo suyo, y lo hacen; desde posturas ideológicas totalmente opuestas también se culpa a los políticos de lo mal que va todo, pero se hace desde el convencimiento de que la política lo más que puede hacer es entorpecer la labor de la iniciativa privada. Nos podremos juntar todos en una manifestación a expresar nuestro malestar con los políticos, pero unos trataremos de regenerar la política y otros de acotarla lo más posible. Si esta segunda opción se lleva al extremo, que es eliminar la política, es cuando (creo yo) sugen los fantasmas que tanto temen quienes nos advierten contra las derivas antipolíticas.

Hechas estas aclaraciones, paso a enumerar los motivos que considero más importantes para la desafección política de los ciudadanos.

Motivos económicos

Está claro que la crisis es uno de los factores que más han contribuido a la desilusión de la ciudadanía con la política. Es habitual que en las manifestaciones más o menos vinculadas al llamado 15M se mezclen consignas como la clásica "lo llaman democracia y no lo es" con otras que tienen más que ver con las políticas económicas del gobierno ("no a los recortes", etc.). ¿Es que acaso tiene mucho que ver la calidad de la democracia con las políticas concretas de un gobierno, o con una crisis económica? Pues, en principio, no. El sistema político español es el mismo y tiene las mismas virtudes con o sin recortes. Sin embargo, en una situación de crisis tan profunda como la que estamos viviendo, es probable que muchos consideren vital para sus intereses decidir qué políticas se llevan a cabo aunque no lo considerasen tan crucial en los tiempos de bonanza. En ese sentido, la crisis sí tiene bastante que ver con este repentino interés por la democracia.

Además, muchos sentimos que la política hoy en día no defiende los intereses comunes, sino más bien los de una élite económica. De nuevo, puede ser una observación parcial basada en la ideología, pero no faltan motivos más objetivos para pensarlo, a la vista de los resultados. La desigualdad social ha aumentado en España espectacularmente desde el inicio de la crisis, situándonos en unos pocos años en niveles de 1995. La movilidad social se ha estancado. Las rentas de los asalariados como porcentaje del PIB no dejan de descender... Y, ante todo esto, los gobiernos, éste y el anterior, promueven medidas que no sólo no sirven para paliar estas desigualdades, sino que las aumentan. La reforma laboral permite a los empresarios obligar (so pena de despido) a sus empleados a que acepten cualquier condición, como por ejemplo rebajas en el salario. Además, abarata el despido, con lo cual pueden echar a los empleados con más experiencia (y caché) y sustituirles por becarios mileuristas. ¿Van a frenar estas medidas el descenso del porcentaje del PIB que corresponde a las rentas del trabajo? En principio, parece que no. Por otro lado, se recorta en educación pública, ¿como medida para favorecer la movilidad social? No lo creo, y muchos no lo creemos. O no lo entendemos. Como no entendemos que se salve bancos (o cajas) mientras estos ejecutan más y más desahucios (con la ayuda de las fuerzas del orden, que ¿para eso están?) o que sólo se pueda modificar la semi-sagrada Constitución (y se haga a toda prisa) para asegurar el dinero de los acreedores.

Y, por otro lado, nos han vendido que todas las medidas que se toman servirán para salir del agujero y crear empleo. Porque aún no he hablado de lo principal: el descomunal e insoportable índice de paro que no parece amedrentarse ante los optimistas planes de los sucesivos gobiernos. ¿Recortes? Más paro. ¿Reforma laboral? Más paro. ¿Reforma de la Constitución? Más paro. ¿Cambio de gobierno? Más paro. ¿Otra reforma laboral? Más paro (esto empieza a ser repetitivo). ¿Rescate bancario? Más paro. De hecho, me parece que el descontento ciudadano no sólo está justificado, sino que es escaso y desde luego se expresa de forma muy civilizada para lo extremo de las circunstancias. Casi se hace raro que España no arda de punta a punta, sólo por el paro.

¡Ah, perdón! Se me olvidaba que España sí ha ardido de punta a punta... este verano. Alguno, muy malpensado, dirá que esto tiene algo que ver con los recortes en prevención de incendios. Porque nos han dicho que las arcas públicas no tienen dinero para tanto despilfarro... y luego han recortado servicios esenciales.

Falta de alternativas

Aunque en junio el miedo al vacío fue el factor determinante de los resultados de las elecciones generales en Grecia, en mayo los griegos parecían haberse vuelto locos de repente. Pasaron de repartir sus votos entre dos grandes partidos (los moderados, por la sencilla razón de que los partidos grandes son los que delimitan dónde empieza la derecha y dónde la izquierda, y por tanto ubican el centro) y dejar las migajas para el resto, como es habitual en las democracias europeas, a elegir un Parlamento que más parecía un rompecabezas imposible, donde hasta los nazis se llevaron una parte importante del pastel, el 7%. La locura, sin embargo, era sólo aparente. En realidad, era lógico que pasara algo así. Esos dos grandes partidos que casi habían monopolizado la política griega en anteriores legislaturas se habían puesto de acuerdo en aceptar sin ninguna pega las condiciones de los rescates europeos pero ese gran acuerdo era sólo de los partidos, no de los ciudadanos que les votan. Era y es una política muy polémica, muy impopular. Y, sobre todo, esa postura ante Europa era y es la cuestión más importante para la vida política de Grecia, la que determina practicamente todo lo demás. Que los electores reaccionen ante una cuestión de tanta importancia es normal; que lo hagan en contra de quienes promueven políticas impopulares es lógico; habiéndose puesto de acuerdo los dos partidos mayoritarios, que tengan que buscar las alternativas en otro sitio es dos más dos; que se vayan a los extremos a buscar es inevitable, ya que el lugar donde no pueden buscar alternativas es el centro; que algunos griegos opten por la opción política más repugnante es triste pero comprensible.

Algo parecido sucede en España. Las políticas de los dos últimos gobiernos son casi calcadas. En muchas ocasiones, incluso los propios gobernantes emulan a Margaret Thatcher justificando cada medida impopular con la ya vieja idea de que "no hay alternativa". Sin necesidad de entrar a valorar si la falta de alternativa es consecuencia de injerencias externas, de falta de voluntad política o de mera necesidad económica, es grave para una democracia que no haya alternativas. Tan grave que pone en duda la utilidad de una democracia, que, en teoría, no es elegir quién va a poner en práctica las únicas medidas que se pueden llevar a cabo, sino que los ciudadanos puedan participar en la elección de las políticas. No tiene sentido que los políticos se den golpes de pecho en defensa de la democracia, que algunos incluso se dediquen a denunciar presuntos peligros para la democracia, y luego cuando se tratan los asuntos que más importan a los ciudadanos, cuando tocan las cosas de comer, nos digan que no hay elección. Parece una burla, y aunque puedan argumentar que sí hay alternativas en otros asuntos y que la falta de alternativas en temas económicos es fruto de la coyuntura actual y por lo tanto transitoria, al menos cabría esperar que rebajasen su retórica democrática. Que no considerasen, por ejemplo, tan intocable, tan sagrado un Parlamento al que otros le dictan decisiones.

Para la democracia como para la libertad, las alternativas son esenciales. Si no existen, habrá que crearlas, o prescindiremos de democracia y de libertad. ¿Quién tendrá que construir las alternativas? Puesto que las políticas que se llevan a cabo en régimen casi de monopolio son las que comúnmente podríamos considerar de derechas (sobre todo las que tienen que ver con reducción del gasto público) serán los partidos de izquierda, los pensadores de izquierda, los ciudadanos concienciados de izquierda, los sindicatos y asociaciones de izquierda quienes tendrán que construir alternativas (sin perjuicio de que un liberal puro y duro, que no tenga nada de izquierdista, pueda oponerse a cosas tan poco propias de Hayek como rescatar entidades privadas con dinero público, y ofrecer sus propias alternativas a las mismas).

Los partidos políticos

Estando en la manifestación convocada para rodear el Cogreso, se me ocurrió que se podría convocar una protesta similar alrededor de las sedes centrales de los mayores partidos políticos de este país. En mi opinión, éstos son una de las instituciones peor valoradas por los ciudadanos y por lo tanto una de las contribuciones más importantes al descrédito de la política. Ya advertía George Washington acerca de los partidos: aunque les reconocía cierta utilidad como controles a la labor del gobierno, dejó dicho que no había que alentar el espíritu partidario ya que siempre habría (aguda observación) suficiente y el riesgo es que haya demasiado. Creo que en esto hay que hacer mucho caso a Washington y vigilar de cerca a los partidos.

En este país, los partidos políticos son un mecanismo perverso. Son muy parecidos a la mafia en su manera de seguir fielmente a un líder hasta que alguien le acuchilla por la espalda, y luego seguir fielmente al acuchillador. Son entes que sirven para canalizar la democracia pero que no la quieren para ellos mismos (lo más que permiten es un simulacro de democracia en el que se vota obedientemente lo que hay que votar). Son sectas en las que todo lo que hace un compañero de partido es bueno, mientras que lo que hacen los otros siempre es aborrecible (aunque sea lo mismo que hizo el compañero); sectas en las que es considerada una virtud ser acrítico (unidad, lo llaman). Son ecosistemas que fuerzan una selección natural en la que, puesto que se asciende o se cae por medio del navajeo, son los mejores navajeros los que acaban alcanzando los más altos puestos. Y son ciegos y sordos: aún no se han enterado de que deben abrirse a la ciudadanía y hacerlo sinceramente, sin tratar de utilizarla.

Vuelvo al anterior punto para preguntarme si son los partidos que tenemos, u otros nuevos, los que deben construir las nuevas alternativas. Es un tema complicado. Los viejos partidos tienen un lastre muy grande del que deshacerse antes de que la ciudadanía les crea. Los nuevos partidos tienen una barrera muy alta que superar: ganarse la confianza de los ciudadanos siendo desconocidos (porque lo que tengo claro es que no valen aventuras personalistas de políticos de toda la vida como renovación política, por mucho que te lleves el Scattergories).

Lo de crear nuevos partidos o “reciclar” los viejos es como cuando el coche ya te empieza a dar problemas a menudo y cuando lo llevas al taller te dice el mecánico que se ha roto la junta de un cacharro que no sabías que existía y que son 500 euros. Entonces piensas, ¿me compro un coche de segunda mano “apañao” por (digamos) 2000 euros o reparo el que tengo? El coste de comprar uno nuevo siempre va a ser mayor que el de reparar (si no es así el dilema desaparece y entonces ya no me interesa el ejemplo), pero es que no estamos hablando de esos 500 euros. Estamos hablando de que el mes pasado se rompió el manguito de alguno de los exóticos seres que habitan bajo el capó y costó 300, y hace tres meses le echaste 900 euros por no sé qué de la suspensión, o de la transmisión, o vete a saber qué otra cosa. Claro que el coste de cambiar de coche es mayor que el de una avería concreta… pero ¿vas a tener que seguir pagando averías cada poco tiempo hasta que un día el coche diga basta y se descomponga totalmente?

Si el mecánico es coleguita y te fías, igual te dice: oye, mira, sé que el coche te ha dado problemas últimamente, pero lo he revisado bien y creo que con esta reparación te va a quedar niquelado y aún te tira diez años más. Entonces dices: venga, va, métele mano. O te dice: mira, tronco, esto te lo apaño pero el coche está ya queriendo jubilarse así que tú verás. Entonces vas y buscas un coche de segunda mano apañao. El problema es que el mecánico no suele ser tan coleguita, y si te dice que merece la pena hacer la reparación es porque le interesa embolsarse tus 500 euros. Y si te dice que no merece la pena, igual es porque también compra coches usados para arreglarlos y venderlos, y acto seguido te va a decir que tiene un Corsa del 2005 por 2000 euros. No se puede uno fiar, todo el mundo tiene sus intereses…

Organización territorial

Hay otro problema político en España que, como la mayoría de los demás, no es nuevo pero se está agravando a marchas forzadas últimamente, y es la cuestión de la organización territorial, el famoso modelo de las autonomías y las reivindicaciones de más centralismo, más autonomía, o independencia, según a quien preguntes. Y no considero que el problema es que se debatan estas cuestiones o que se cuestionen unidades o nacionalidades: lo malo es el tono agrio, bronco, con el que se producen estas discusiones. La falta de auténtico diálogo (que supondría cierto grado de comprensión mutua). A mí me parece buena noticia el debate (los tabúes han existido en todas las sociedades, pero en democracia siempre son sospechosos) pero lo que no puede ser es que cada dos por tres haya crisis institucionales provocadas desde uno u otro lado, como si fueran una parte más del juego político. No puede ser que desde un partido político supuestamente serio y que dice defender la unidad de España se alienten boicots contra los productos procedentes de una de las partes de esa unidad que dicen defender. Sobre todo, lo que no puede ser (y en esto no tienen toda la culpa los políticos) es que la bronca se desparrame a la calle y acabe uno oyendo barbaridades acerca de los catalanes en Madrid, o acerca de los madrileños en Vizcaya.

Esto hay que arreglarlo de alguna manera. Lo malo es que en este asunto hay todo tipo de opiniones: dejar las autonomías como están, autonomías con más competencias, autonomías con menos competencias, café para todos, normas especiales para ciertas comunidades, centralismo puro y duro, estado federal, autodeterminación, independencia. Son muchas variantes. Yo de momento creo que vascos, catalanes, gallegos, o quien quiera y tenga motivos (que en los casos que cito son evidentes) para plantear un estado propio, pueda votar libremente si sigue asociado al estado español o independizarse y seguir su camino. En principio, podría darse ese derecho a las Comunidades Autónomas (ya que las llamamos autónomas), aunque cabría debatir si las fronteras de dichas comunidades están bien dibujadas (es decir, reflejan una realidad social). Yo creo que algunas sí y otras menos, pero en cualquier caso se podría partir de esa base. En fin, creo que la autodeterminación es deseable por motivos puramente democráticos (yo personalmente no quiero la independencia de nadie ni pierdo el sueño por la unidad de España). Ah, y creo que estas cosas se deberían decir más desde Madrid.

La corrupción

Me he dejado, claro está, lo mejor para el final. Lógicamente, la corrupción es uno de los reproches que los ciudadanos más achacan a sus políticos. La corrupción es siempre nefasta para la imagen de los individuos que andan en política y se corrompen y de los partidos a los que pertenecen, pero también puede acabar salpicando a la clase política y a la política en sí. Genera mucha desconfianza y cierta tendencia a la generalización. Curiosamente, España no es de los países más corruptos del mundo: en el ""Índice de Percepción de la Corrupción 2011 de Transparency International" este país ocupa el puesto 31 de 182 (ordenando los países de menos a más corruptos). Sin embargo, si vamos al detalle la cosa parece más preocupante. Éstos son los países europeos que están por debajo de España: Portugal, Eslovenia, Malta, Polonia, Lituania, Hungría, Croacia, Eslovaquia, Montenegro, Macedonia, Italia, Rumania, Grecia, Bulgaria, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Albania, Moldovia, Kosovo y Rusia. En fin, hablamos de países, como España, con poca y mala tradición democrática. El caso es que, índices aparte, en este país se ha robado a manos llenas desde las instituciones públicas y a todos los niveles (desde el más humilde ayuntamiento a las más altas instancias del estado) y tampoco es algo que haya empezado con la crisis. Quizá ésta ha ayudado a destapar ciertas tramas (igual que hay menos presupuesto para otras cosas, también hay menos dinero para sobornos y es fácil que alguien se vaya de la lengua cuando deja de estar bien untado) pero sobre todo nos ha vuelto a todos muchísimo más sensibles hacia los casos de corrupción. No podemos permitir que los políticos usen el cargo en su beneficio cuando estamos sufriendo recortes en sanidad y educación. Algo que siempre es intolerable en teoría se vuelve insoportable en la práctica. Ya no nos limitamos a decir "esto no puede ser". Lo sentimos en las tripas. Y es verdad: esto no puede ser. Sobre todo, no puede ser que los partidos sigan teniendo la misma actitud respecto a los casos de corrupción que se producen. Estoy dispuesto a no generalizar. Estoy dispuesto a admitir que en cualquier sitio puede haber una "manzana podrida". Pero no podemos admitir que unos y otros sigan denunciando las corruptelas del rival y disculpando u ocultando las propias. Ese tipo de comportamientos son los que hacen que se hable de "clase política", o que se generalice injustamente (pero lógicamente). Eso tiene que acabar. En eso también tenemos que hacer caso a George Washington, porque en esos casos es cuando el espíritu partidista se torna más nocivo y repugnante.

Conclusión

La conclusión de todo lo anterior... es la que saque cada lector (si alguien lee esto). ¿Hay o no hay motivos profundos para protestar? ¿Hay o no hay motivos para extender la protesta más allá de las políticas habituales y cuestionarse los esquemas sobre los que se sustenta el sistema? Yo creo que los hay, para lo uno y para lo otro (y ni siquiera he enumerado todos los motivos, sólo los que me parecen más importantes y sobre los que tengo más que decir). Pero, en fin, que cada cual saque sus conclusiones.

lunes, 1 de octubre de 2012

Fanatismo democrático

He de confesar que este sábado me pasé al lado oscuro. Asistí a la manifestación que se convocó con el lema "Rodea el Congreso" para ese día. No es la primera movilización de este tipo a la que me sumo, pero sí es la primera desde que todos sabemos, por boca de nuestro Presidente del Gobierno, que los españoles buenos, los que trabajan para sacar adelante este país, son los que no se manifiestan. No puedo negar que, una vez que tenemos ese dato, los que salimos a la calle para protestar no podemos ser otra cosa que unos indeseables, unos antisociales que sólo merecen palos. "Leña y punto", según la contundente expresión de un responsable del sindicato policial. Mejor haríamos en tomar nota de esa mayoría tan silenciosa que sirve igual para un roto que para un descosido y quedarnos callados para que los que nos gobiernan (que saben más que nosotros) puedan interpretar nuestro silencio como les dé la real gana.

Dicho esto, algunos de nosotros, vagos, indeseables y antiespañoles, seguimos pensando que hay motivos para protestar. Así que aparecí por la Plaza de Neptuno el sábado, bastante tarde por motivos personales que me impidieron estar a la hora de la convocatoria. Aunque a esa hora (las nueve y media de la noche, aproximadamente), la calle ya era una ríada de gente que se iba para casa con sus carteles y pancartas, aún había bastante gente concentrada en la plaza, incluyendo a muchos de los encargados de repartir la leña según el sindicalista. Poco tiempo aguanté en la plaza: al rato un petardo puso nerviosos a los antidisturbios y yo, que tengo miedo incluso de la Policía Local, decidí retirarme.

La presencia de tantos policías es coherente con las declaraciones de Rajoy en Nueva York, con las comparaciones (todas son odiosas, pero unas más que otras) con el golpe de estado del 23F, con las nunca probadas (¿para qué?) insinuaciones acerca de vínculos con la extrema derecha y con las amenazas de los responsables políticos. Si no somos más que unos alborotadores, no podemos esperar otra cosa que represión. Sin embargo, hay algo más. Si bien es cierto que hubo disturbios, no está nada claro que los que se hacen llamar antidisturbios cumplieran realmente esa función. Existen motivos más que fundados para pensar que su papel fue exactamente el contrario al que parece indicar su nombre. Al igual que las declaraciones alarmistas y exageradas de los responsables políticos, según podría sospechar algún malpensado, parecen, más que intentos de avisar de posibles disturbios, provocaciones que tengan como objetivo causar disturbios. Cuando un entrenador de fútbol despotrica contra el rival en una rueda de prensa antes de un partido importante, el periodista deportivo de turno dice que lo que pretende es "calentar el partido". Ciertas declaraciones recuerdan mucho ese tipo de situaciones. Pero, ¿por qué querrían nuestros gobernantes una manifestación "calentita"?

 Si me he pasado al lado oscuro, si no me ha importado perder el cariño de Mariano Rajoy al manifestarme, ya poco puedo hacer para intentar salvar mi buena reputación, así que he de confesar que todo esto me huele a montaje para manipular a la opinión pública y convencer de que un más que evidente malestar público (sin entrar en números ¿quién puede negar que el hecho de que haya manifestaciones bastante masivas cada dos por tres significa que la gente no está contenta?) es algo marginal. Meros alborotos provocados por unos pocos, muy radicales y peligrosos. Aunque haya que meter piedras en las mochilas de la gente para luego decir que los manifestantes eran violentos. Aunque un Presidente del Gobierno tenga que salir al extranjero a dejar clara la distinción entre los buenos y los malos españoles. Aunque haya que entrar a saco en una estación de trenes y aterrorizar a tirios y troyanos, o felicitar a la Policía por su manejo de una manifestación que se saldó con 64 heridos, uno de ellos grave. Todo vale porque todo es coherente con el retrato oficial de los manifestantes: una minoría ruidosa y violenta que amenaza destruir nuestro orden democrático.

Es cierto que la convocatoria del 25 de Septiembre ha dado pie a esta estrategia. Aunque forma parte del mismo malestar que ha inspirado numerosas protestas en los últimos tiempos (las mareas de colores, el 15M, las huelgas generales), esta protesta es diferente en su contenido y sus reivindicaciones. Sus consignas (exigir la dimisión del Gobierno y abrir un proceso constituyente) y el simbolismo de rodear el Congreso de los Diputados muestran a las claras un cuestionamiento del sistema vigente y la Constitución Española de 1978: algo que ya formaba parte de algunas de las ideas tras las movilizaciones del 15M, pero no de forma tan explícita. Hay que decir que esto es algo extraordinario: fuera de los territorios con fuerte presencia independentista, hace pocos años una movilización que se convocara con tales consignas habría congregado a cien personas como mucho, que seguramente se conocerían de otras manifestaciones anteriores. Aún dando por buenas las cifras de asistencia aportadas por la Delegación de Gobierno (evidentemente calculadas a la baja), no se puede negar que estamos ante algo nuevo, y que mucha gente (mucha más que en toda nuestra historia democrática) se está cuestionando los fundamentos del sistema nacido en la mítica Transición.

Lo que no es nuevo es la postura de fanática defensa de las instituciones que reduce la democracia a una formulación concreta de democracia (la única aceptable y válida, al parecer) y sacraliza una Constitución que no es obra del Espíritu Santo (que se sepa) sino de humanos demasiado humanos y partidos demasiado partidistas. También sacralizan nuestros dirigentes un Congreso (sede de la  soberanía nacional, dicen pomposamente) menospreciado por los políticos mismos (que toman sus decisiones a puerta cerrada en las sedes de sus partidos políticos y utilizan el hemiciclo para hacer una pantomima de confrontación de ideas que es en realidad una eterna campaña electoral) y por Europa (que no tiene tan claro aquello de la soberanía nacional, ni que ésta resida en los parlamentos de los estados miembros, sobre todo los del sur). Y, sobre todo, estos fanáticos del sistema, nos meten miedo: cualquier cosa distinta a lo que hay, vienen a decir, es contrario a la democracia, y ya sabemos dónde lleva eso. Cito (y vuelvo a enlazar) uno de los artículos que enlazaba más arriba: "Hoy, como entonces, se cuestiona abiertamente la legitimidad de nuestras instituciones y la fuerza de nuestra legalidad democrática. Para ello se despliega ante la opinión pública de forma abrupta una animadversión antilegal y antiparlamentaria que reproduce casi milimétricamente las críticas que Carl Schmitt dirigía en los años 20 y 30 del siglo XX hacia el Estado de derecho, la primacía de la Ley, la Constitución de Weimar y los políticos que la defendían. Conscientes o no, lo cierto es que son legión sus discípulos". Repasando las ideas de Carl Schmitt se me escapan las milimétricas similitudes con lo que he leído o escuchado de los partidarios de las recientes manifestaciones en Madrid, pero eso se explica fácilmente: debo ser uno de esos partidarios inconscientes. Al fin y al cabo, igual que Schmitt yo cuestiono la legalidad vigente. Vivimos en un mundo binario, al parecer: o estás a favor de la democracia, o estás con sus enemigos. Vamos, que la esencia de la democracia es no criticar a sus instituciones. De toda la vida de Dios.