jueves, 19 de diciembre de 2013

Curiosités de Paris

(Foto de la torre Eiffel) 

En París, los edificios de viviendas están casi vacíos, pues solo se habitan las buhardillas, donde los parisinos (que son todos bohemios e intelectuales) escriben novelas vanguardistas. Pocas de esas novelas llegan a publicarse: la mayoría se las comen. ¿No sabías que los parisinos se alimentan de novelas vanguardistas?

Cuando los parisinos no están escribiendo novelas o comiéndoselas, suelen agruparse (normalmente de dos en dos) para realizar una de las siguientes actividades: follar, fornicar, hacer el amor, faire l'amour o criticar las novelas vanguardistas ajenas.

No es que los parisinos sean promiscuos. Es que tienen que hacer muchos niños para que nos los traigan las cigüeñas.

Las borracheras parisinas suelen ser poéticas, místicas o filosóficas. Sin embargo, llegados a cierto punto acaban vomitando como todo el mundo. Los vómitos no son ni poéticos ni místicos ni filosóficos, son tan asquerosos como cualquier vómito (como mucho puede quedar alguna frase bellamente construida pero mal masticada de la novela de la cena).

Sin duda ser un clochard tiene más glamour que ser un mendigo, lo que pasa es que a los clochards (como a los mendigos) el glamour se la suda mucho.

La mayoría de las tripulaciones de los bateaux-mouches que circulan por el Sena están compuestas por piratas retirados que han cambiado las patas de palo por modernas piernas ortopédicas que apenas se notan.

La Torre Eiffel, en realidad, es un "Transformer". El día que alguien encuentre el botón y lo pulse, se convertirá en un robot gigante que saltará por encima del Sena, recorrerá las calles sembrando el caos y la destrucción, llegará a la Place Charles de Gaulle, y se cargará el Arco de Triunfo de una patada. Por algún motivo, siempre le ha tenido manía.

Hubo un parisino que no sabía escribir novelas vanguardistas y tenía que conformarse con escribir novelas convencionales. Naturalmente, al comérselas le sentaban fatal a su delicado estómago parisino. Murió atragantado por un cliché.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Castilla, ¿nación imposible?

Hoy dejo a un lado los relatos para hablaros de un tema que tenía pendiente. Desde hace ya bastante tiempo, no me siento identificado con la nación española, por razones que no vienen al caso. Ahora bien, si no soy español, mi única opción es ser castellano, pues es la única identidad nacional que me queda. Lo cual me lleva a preguntarme, ¿es Castilla realmente una nación? Desde luego, lo ha sido, y como tal tiene su historia. Una historia que sin embargo no nos ha dejado con unos límites definidos de lo que hoy podría ser Castilla, por dos motivos. En primer lugar, es una nación que se consolidaba al mismo tiempo que se expandía, durante la Reconquista. En segundo lugar, tras dicha consolidación Castilla se integró en una unidad superior, España, en la que se diluyó al aportar a ésta su propia cultura como base para la cultura española, y su propio idioma (el castellano) como idioma común de España (es por eso que también se le llama "idioma español"). Naturalmente, no es un caso único: todas las naciones que actualmente forman el estado español pueden tener distintas interpretaciones territoriales (por ejemplo, Països Catalans o Catalunya por un lado, Valencia por otro y Baleares por otro; Euskal Herria o Euskadi como entidad distinta a Navarra, etc.). Sin embargo, Castilla es, en mi opinión, un caso extremo, como me propongo demostrar en el resto de la entrada, que será más que nada una recopilación de mapas.

La idea territorial de Castilla que hoy en día defiende mayoritariamente el castellanismo político se basa en el Pacto Federal Castellano de 1869 e incluye todas las provincias que actualmente forman Castilla y León (León, Zamora, Salamanca, Palencia, Valladolid, Ávila, Burgos, Soria y Segovia) más las provincias de Castilla-La Mancha (Toledo, Cuenca, Guadalajara, Albacete y Ciudad Real) más las autonomías uniprovinciales de Madrid, La Rioja y Cantabria. Es por ello que se llama a veces la Castilla de las 17 provincias, que veremos en el siguiente mapa pintadas de "morado comunero":


Aún se podría añadir a este mapa la comarca (actualmente perteneciente a la Comunidad Valenciana) de Utiel-Requena. Es una comarca predominantemente castellano-parlante, y que ha pertenecido a Castilla durante buena parte de su historia. La añadimos, pues, al mapa:
Para el resto de los mapas dejaremos fuera a Utiel-Requena, así no tendré que duplicar cada uno de ellos para que incluyan en un caso y excluyan en el otro la comarca disputada.

Uno de los mayores desafíos a la Castilla del Pacto Federal es el leonesismo, que defiende que los territorios que pertenecieron al Reino de León y que actualmente están integrados en la Comunidad Autónoma de Castilla y León son algo distinto a Castilla, el País Leonés (País Llionés en lengua leonesa). Aunque no se corresponde exactamente con las fronteras históricas del Reino de León, los leonesistas habitualmente consideran que el País Leonés está formado por las tres provincias más occidentales de Castilla y León: León, Zamora y Salamanca. Algunos castellanistas, por cierto, están de acuerdo. Esto nos deja con una Castilla de 14 provincias, que dibujo a continuación:
Aunque no es tan habitual, es posible considerar también que la actual provincia de León es distinta a las provincias castellanas, pero que Zamora y Salamanca, pese a haber pertenecido al Reino de León, están más castellanizadas. He aquí, pues, la Castilla de 16 provincias:
Hay que decir también que el rechazo a pertenecer a Castilla no es unánime en ninguna de las provincias. Quizá sea más común en León que en las otras dos, pero, curiosamente, esta provincia ha dado personajes tan importantes al castellanismo como el poeta Luis López Álvarez, autor del "Los Comuneros".

Pero no son los leonesistas los únicos que rechazan formar parte de Castilla. Muchos manchegos no se sienten castellanos, creen que La Mancha no es una comarca de Castilla sino algo ajeno a ésta. La Mancha ocupa parte de la actual Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha (tiene territorio en todas sus provincias menos Guadalajara). Vamos a tener que jugar un poco a la combinatoria, pues la cuestión manchega y la leonesa son independientes. Así pues, a continuación os dejo tres mapas: las 17 provincias menos La Mancha, las 14 menos La Mancha y las 16 menos La Mancha:


¿Eso es todo? ¡No, señor! En las comunidades uniprovinciales de Cantabria y La Rioja hay quien no se siente para nada castellano (EDITADO: me aclaran a través de Twitter y desde Cantabria que allí no se siente castellano ni Dios; debo dar por bueno este testimonio, dado que no conozco bien la realidad cántabra; también quiero aclarar que la frase "hay quien..." quizá no era la más adecuada, pues yo no pretendía dar a entender que sea una situación minoritaria). Para no multiplicar demasiado las combinaciones, pondré tan sólo un par de mapas excluyendo estas Comunidades Autónomas.

12 provincias (es decir, las 14 del Pacto Federal menos las provincias leonesas, y excluyendo también Cantabria y La Rioja):

 Y las 12 menos La Mancha:
Como se comprenderá, la cuestión cántabra es independiente de la riojana, así como ambas son independientes de la cuestión leonesa y de la disputa de Utiel-Requena: esto nos daría unos cuantos mapas más que no voy a incluir.

¿Hemos agotado ya las distintas visiones territoriales de Castilla? No, aún nos queda hablar del carreterismo de los segovianos Luis Carretero y su hijo Anselmo Carretero. Según sus tesis, León y Castilla son entes separados, y tampoco incluyen a La Mancha en su idea de Castilla. La diferencia con el mapa que he puesto antes de "las 14 provincias menos La Mancha" es que se basan en los límites históricos entre el Reino de Castilla y el Reino de León, que no coinciden con los actuales límites provinciales. Así pues, aparte de León, Zamora y Salamanca, pertenecerían a León partes de las provincias de Palencia y Valladolid. Como el carreterismo no se basa en las provincias actuales, el mapa que pongo a continuación no lo he elaborado (como los anteriores) a partir de un mapa de las provincias de España, sino que lo bajado de la Wikipedia:
Hasta ahora, podría considerarse que una idea "maximalista" de Castilla sería la de las 17 provincias (con Utiel-Requena incorporada). ¿Hay quien defiende una Castilla más amplia? Pues bien, son pocos quienes defienden la siguiente opción, pero sí existe lo que podría ser llamado "pancastellanismo", que incluiría todos los territorios que han pertenecido a la Corona de Castilla y que actualmente pertenecen al estado español. Esta es la Castilla en la que creen tales pancastellanistas:
Por último, quien anteponga los criterios culturales a los históricos o administrativos, considerará que Castilla está formada por los territorios con cultura castellana. Como decía anteriormente, la cultura castellana en buen medida se ha diluido (o confundido) con la cultura española, por lo que es muy complicado decidir qué territorios son culturalmente castellanos. Desde luego, no podemos guiarnos por la lengua que se habla mayoritariamente, como quizá pueda hacerse en otros casos, pues de hacerlo así incluiríamos territorios que indudablemente no son castellanos. Por ello, me limitaré a poner un mapa que refleja una "Castilla cultural" según los criterios de quien lo ha elaborado (me lo he bajado de aquí) pero insisto en que puede haber muchas variantes:
Como se puede observar, este mapa reconoce que hay una cultura leonesa separada de la castellana (y más relacionada con la asturiana) pero reduce su ámbito territorial respecto a las tesis del leonesismo o las tesis historicistas de los Carretero. En cuanto a Cantabria, también se ve reducida, a la vez que se incluyen territorios extremeños, murcianos, etc.

Pues bien, dicho todo esto. Castilla, ¿nación imposible? No, yo diría más bien: Castilla, nación complicada. Yo sé que soy castellano, como lo saben muchos, sobre todo en los territorios "indudablemente" castellanos (los que aparecen en todos los mapas). En cuanto a fijar unos límites, creo que se debería hacer atendiendo al criterio de los habitantes de cada territorio, para construir Castilla de abajo arriba. Teniendo en cuenta la variedad de criterios (históricos, étnicos, lingüísticos, culturales...) que pueden definir una nación, quizá el criterio subjetivo que propongo, paradójicamente, sea el único que tenga la posibilidad de realizarse objetivamente: preguntando a la gente y aceptando lo que decida la mayoría en cada localidad. En cualquier caso, objetivo o no, me parece la mejor forma de construir una nación sin forzar a nadie y sin crear enemigos internos.

Y luego ya si eso nos ponemos poner de acuerdo en nuestra bandera nacional.


Anda que no nos gusta enredar a los castellanos.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¡No hay justicia!

Me interesaba saber dónde se podía encontrar a la Justicia en esta gran nación, así que cogí el primer tren hacia la capital y nada más llegar a la estación terminal y apearme del vagón, pregunté a uno que pasaba por el andén dónde se encontraba el Ministerio de Justicia. Me dio unas instrucciones no muy precisas: – Pues no sé. Esta es la capital, ¿no? Debe haber ministerios para un montón de cosas. ¡Ha llegado usted al lugar adecuado! Ahora bien, el de Justicia... creo que tiene que salir hacia la calle... no, ese es el de Agricultura. El de Cultura se lo diría de mil amores porque tengo un pariente que trabaja ahí y sé perfectamente cómo ir... ahora bien, el de... ¿cuál dijo? Recordé al atento caballero que se trataba del de Justicia. – Pues debe haberlo. Para la Justicia, debe haberlo. Si lo hay para la Cultura, o para el Deporte, que creo que lo hay, ¡no lo va a haber para la Justicia! Déjeme que piense... ¡Ya sé! Siga a un juez. Antes o después le llevará al Ministerio de Justicia. – Pues no lo sé. Creo que normalmente andan por los juzgados. – Puede ser. En fin, buena suerte. – Gracias. Y con eso, salí de le estación siguiendo una señal de taxis; me subí al vehículo que esperaba en la parada y le dije al taxista: – Caballero, si es usted tan amable, lléveme al Ministerio de Justicia. – Naturalmente, - respondió, y decirlo y arrancar fue todo uno. Condujo el vehículo con gran profesionalidad y eficiencia hasta que, con cara de circunstancias, se quedó mirando un gran edificio en cuya entrada un gran cartel decía: Ministerio de Economía. Se rascó la cabeza un buen rato. – Yo juraría... - dijo al fin. Pagué la carrera y me bajé del taxi. Fui hacia la entrada del Ministerio de Economía. Pensé que ahí dentro la gente estaría mejor informada. Al ver mi intención de entrar, un guardia me dijo que no podía entrar ahí. – Sólo quería una información... – ¡Aquí no se informa! - fue la respuesta del uniformado. - Vaya al Ministerio de Información. Este es el de Economía. – Tan sólo quería saber cómo llegar al Ministerio de Justicia, - aclaré. – ¡Hombre, muy bonito! - respondió el guardia. - Pretende que le informe, sin ser yo funcionario del Ministerio de Información, y para colmo quiere que le informe ¡sobre el Ministerio de Justicia! Pues vaya usted al Ministerio de Información. O directamente al de Justicia. Pero no me haga perder el tiempo a mí, que bastante tengo con vigilar que estos señores de dentro – y al decir esto señaló el Ministerio, que por cierto no parecía muy animado – puedan hacer su trabajo. – ¿Hay alguien ahí dentro? - pregunté. – ¡Naturalmente que hay alguien! ¡Y ya le he dicho que no me haga perder el tiempo! ¡Adios! Desmoralizado, me alejé del ministerio y vagué por la ciudad. En un momento dado empecé a fijarme en los nombres de las calles, por si acaso me encontraba casualmente con la Calle de la Justicia. Las vías más parecidas que encontré fueron: la Calle de la Novicia, la Avenida de la Sevicia, el Paseo de Patricia, el Barrio de la Inmundicia y hasta una calle ficticia. Creí que me acercaba a mi destino cuando leí un cartel medio tapado por un árbol que decía “Calle de la Equi...”. Pensé “¡Ajá! Sin duda la equidad es algo muy cercano a la justicia, debo estar cerca”. Por fin pude leer el resto del cartel: “...tación”. La equitación, si bien es una actividad sana y noble, nada tenía que ver con mi propósito. Me iba desanimando más y más: la justicia no aparecía por ningún lado. Vi mendigos sentados entre cartones, pidiendo... pero ninguno pedía justicia, sólo dinero. Y tampoco pedían el dinero “por justicia”, sino tan solo “por caridad”. Me encontré con una pareja de policías y les pregunté por la justicia. - ¿La justicia? – respondió uno de ellos. – No la he visto. Y llevamos aquí un buen rato, vigilando. - Eso es, llevamos un buen rato, - dijo el otro, - pero no buscábamos eso que usted dice. Quizá haya pasado por aquí y no nos hayamos dado cuenta. - No lo creo, - respondió el primero, - Pero mire, ahí vienen otros compañeros, que quizá la hayan visto. Efectivamente, otra pareja de policías se acercaba, así que les pregunté a ellos. - ¡Pero hombre! – dijo uno - ¿Cómo quiere que hayamos visto a la justicia? ¿No dicen que es invisible? - No, no… - le corrigió su compañero, - la Justicia es ciega… pero a ella sí se la ve. - Vaya… bueno, en cualquier caso no la he visto. - Yo tampoco. Hice un último intento: - Pero ustedes, como policías. ¿No es acaso su labor hacer que reine la justicia en nuestra sociedad? Los policías se miraron unos a otros. Estuvieron así un minuto, sin animarse a contestar. - Yo soy el más viejo, así que apenas me acuerdo de la academia… - contestó al fin uno de ellos, y luego añadió, dirigiéndose al más joven: - tú debes acordarte, ¿no? - Pues… - respondió el aludido – A ver, deja que recuerde: “Como agente de policía, tu labor consistirá en mantener el orden”… eso es, ¡el orden! - ¿Y nada más? – pregunté, decepcionado. El policía joven se rascó la cabeza y dijo: - “Como agente de policía, tu labor consistirá en mantener el orden y…” y… no sé qué de las leyes. - ¿Pero no son acaso las leyes una forma de codificar la justicia? – insistí. - Sean lo que sean, - respondió el policía viejo, - a nosotros nos las dan hechas. E hizo con la mano un gesto elocuente que me indicó que ya les había hecho perder demasiado tiempo y debía seguir mi camino. Eso fue exactamente lo que hice. No sé cuánto tiempo estuve caminando sin rumbo. Me fui alejando de las calles más céntricas, pensando que si la justicia era tan difícil de encontrar seguramente estuviera desterrada a algún barrio de las afueras. Entonces, de repente la vi. Iba caminando por una calle residencial, vestida con una toga. Llevaba una balanza en una mano y una espada en la otra. En la cara llevaba una venda, un poco apartada de los ojos para no tropezar por el camino. ¡Era ella, sin duda! El detalle de la venda mal colocada, pensé, se le podía perdonar porque hasta la justicia a veces tiene que tener cuidado con dónde pisa. Emocionado, la seguí un rato hasta que llegó a una casa en la que se oía música. Llamó a la puerta y esperé a una distancia prudente, pues quería averiguar qué le traía a este lugar a tan importante dama. Al poco rato, se abrió la puerta y salió de la casa un pirata con pata de palo, parche en un ojo, mano de gancho y sombrero negro de pirata con las tibias y la calavera pintadas en blanco. Esto me confundió, pues no sabía qué podía querer la Justicia con un pirata. No sabía qué hacer. Por un lado, estaba tan cerca de aquello que había venido a buscar que no me decía a irme de allí; por otro lado, los piratas me dan mucho miedo. No mejoraron las cosas mientras me decidía a hacer algo, pues al poco rato llegó un fantasma vestido con su sábana, un misterioso vampiro que venía escondiéndose entre las sombras, Atila, el rey de Hunos, que (por suerte para el dueño de la casa, que tenía un jardincito delante) no venía con su caballo, un hombre lobo y el monstruo de Frankenstein. Llegó por fin un juez, lo cual me infundió valor, pues pensé que por fin la Justicia tendría con quien aliarse. “Éste es el momento”, me dije a mí mismo mientras me acercaba a la puerta. Llamé al timbre y enseguida se abrió la puerta y vi al pirata. Se quedó mirándome, extrañado. – ¿Quién te ha invitado? - preguntó. Tuve que hacer de tripas corazón, pues a pesar de la presencia de la Justicia y el juez, estar cara a cara con un pirata no dejaba de ser una experiencia aterradora. Respondí con voz temblorosa: – No he sido invitado. Sólo quería ver a la Justicia... si no es molestia, señor pirata. Aunque no pensé haber dicho nada gracioso, el pirata se echó a reír a carcajadas, y luego gritó hacia el interior de la casa: – ¡Alicia! Le respondió una voz que parecía un tanto ebria: – ¿Qué quieres? – Mira, que hay aquí alguien que quería hablar con la Justicia. – ¿Y a mí que me cuentas? De nuevo se rió el pirata. Cuando hacía eso, no parecía un pirata, pues no era una risa cruel como la de los lobos de mar, sino que parecía auténticamente divertido. La conversación continuó así: – ¡Tu disfraz, mujer! Vas de Justicia. – ¡Qué va! Voy de Diana, la diosa romana de la caza. – ¿Para qué quiere una balanza la diosa de la caza? – Pues... para pesar las liebres... o las perdices... – ¿Y la venda? – ¡Y yo qué sé! ¡Anda, ven, que vamos a bailar! En ese momento, el anfitrión de la fiesta de disfraces (pues a estas alturas ya había deducido que de eso se trataba) me cerró la puerta en las narices. Me alejé de allí cabizbajo, al fin convencido. Miré mi reloj y pensé que aún me daría tiempo de coger el último tren para volver a casa. “En caso de que no hayan cambiado los horarios, la estación siga en el mismo lugar, mi casa siga siendo mi casa... porque ¿en qué se puede confiar?”. Sin embargo, la estación seguía en el mismo lugar, los horarios eran los de siempre, y cuando llegué a mi casa, seguía siendo mía. Mi esposa me esperaba, aún despierta a pesar de la hora. Saludé con poco entusiasmo, y ella se quedó mirándome, esperando a que dijera algo. – Tenías razón – dije a regañadientes. - No la hay. – Ya te lo decía yo.