El vendedor veterano había llegado a pensar que, con su experiencia y su habilidad, podría vender cualquier cosa. Aquellas dos eran muchas, pero esto de ahora era demasiado. No había derecho que premiaran su trabajo de años haciéndole vender extraños artefactos invendibles. Esto no era un reto, como le había dicho el jefe. Era un marrón. Y una puñalada por la espalda.
Naturalmente, en el breve intervalo entre la apertura de la puerta y su posterior cerrado en plenas narices del comercial, ante la incrédula mirada de la paciente ama de casa, aquello era un invento maravilloso. Lo último en Singapur y Londres. Todos quieren tenerlo, señora. Como puede observar está hecho exclusivamente de papel de primera calidad. Y todas estas hojas de papel unidas por un margen, a las que llamamos páginas, están llenas de letras. ¡Puede verlo usted misma! Puede ir leyéndolas secuencialmente pasando estas páginas que le decía de esta manera. ¿Verdad que es fácil? Si desea abandonar la lectura para luego retomarla más tarde, basta colocar un objeto plano entre la página que está leyendo y la contigua y cerrar el artefacto, al que llamamos libro, sin mayores preocupaciones, pues podrá localizar el lugar exacto donde dejó de leer sin ningún problema. Y en este momento el vendedor veterano hizo una demostración práctica con un papelito, con una loncha de jamón serrano y con su propia lengua. ¡Eceledte pegunta, señoda! Eso es lo mejor de todo. Todas esas letras que están en las páginas, si las lee secuencialmente tal como le he mostrado, lo que le cuentan es una historia que jamás ha sucedido. ¡Efectivamente, una trola como una catedral!
¿Cómo pretendían que vendiera eso? ¡Y además, sin casco, con lo duras que son algunas puertas! Perra vida, pensó el vendedor. Ir puerta tras puerta y encontrar en una el desprecio, en otra la ira, en otra la burla y en todas dar pena.
- ¡Qué cabrones, hacerme vender esta mamarrachada! - dijo, sujetando en la mano el objeto que se había convertido en su condena.
Entonces miró el libro, se sentó en un escalón, y lo abrió por la primera página. ¿No era, al fin y al cabo, lo último en Tokio y París? O en Nueva York y Tres Cantos, no estaba seguro, pero sí recordaba vagamente haber oído que era realmente lo último en algún lugar. Empezó a leer. Absorto, fue pasando páginas con una destreza adquirida durante miles de demostraciones, a intervalos más o menos regulares. De vez en cuando miraba a su alrededor como si hubiera olvidado donde estaba, y luego volvía a mirar la página. Horas más tarde, cerró el libro después de haber leído las últimas palabras.
Había sido, mientras leía, un príncipe medieval que viajaba en el tiempo para salvar a su amada, que estaba cautiva de unos malhechores intergalácticos. Era una cosa muy extraña. Se había dado cuenta de que podía ser otra persona. Pensativo, bajaba la escalera cuando se tropezó con un vecino que ya tenía la llave en la mano para abrir la puerta de su casa. Decidió abordarle antes de que eso pasara.
- ¡Buenas tardes, caballero! ¿Tiene usted un minuto para admirar un prodigio que causa furor en Berlín y Estambul? ¡Mire qué hermosura! ¿Y para qué sirve, se preguntará? Déjeme que se lo muestre...
El vendedor veterano dio lo mejor de sí ante aquel hombre que le miraba boquiabierto. Se gustó tanto que hasta lo alargó un poco más de lo necesario. Finalmente dijo:
- ¡Y además se lo dejo muy barato! Le cambio todos los libros que contiene este maletín por esas llaves que tiene en la mano.
- Sin duda, eso parece más caro que unas llaves, aunque sólo sea por el maletín... - dijo el otro, se rascó la cabeza, pensó unos segundos, y respondió: - ¡Trato hecho!
- No se arrepentirá. Y ya que está usted haciendo tan buenos negocios, le cambio un hermoso uniforme de vendedor casi nuevo. ¡Toque, toque! Es buen género...
- Lo es... ¡de acuerdo!
Los dos hombres se cambiaron la ropa:
- La verdad es que me queda bien este uniforme, - dijo el vendedor novato.
- Como un guante, - respondió el otro mientras hacía girar la llave.
- ¡Oiga! ¿No le interesaría comprar esta maravilla que es lo último en Bruselas y Tombuctú? ¡Me los quitan de las manos!
- La verdad es que no, - respondió el ex-vendedor veterano, entrando sin más en la casa y cerrando la puerta en las narices al novato.
Caminó por el pasillo hacia la luz que podía verse en el salón. Cuando entró en éste, dijo:
- ¡Hola, cariño!
- Hola, amor, - respondió su nueva esposa, sin dejar de mirar el televisor – tienes pollo en el frigorífico. Caliéntatelo si quieres cenar.
- Bien... ¿Y los niños? - preguntó - ¿Ya están acostados?
- No tenemos, - dijo la esposa bostezando.
- Mejor, cariño, dan mucha lata – dijo el ex-vendedor y se fue a la cocina en busca de su pollo.
caramba, que buen relato. lo unico que puedo decir es lo que le dijo Paris Hilton a Jackie Collins cuando se la presentaron: "Si fuera capaz de leer un libro, definitivamente leería uno de los suyos"
ResponderEliminar¡Gracias! Si recopilo material para uno de esos artefactos extraños, ya te pediré una dirección postal a la que mandarlo.
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