lunes, 2 de enero de 2012

Los sueños, sueños son

Lo había soñado tantas veces... el caso es que no creía en los sueños premonitorios, pero ahí estaba. ¿Casualidad? Quien sabe. En cualquier caso, ya no había nada que hacer. El coche se dirigía hacia la curva con una velocidad que no dejaba ninguna opción. Naturalmente, se aferró a la vida, pisó el freno a fondo, dio el volantazo, hizo cualquier cosa... aún a costa de estropear la perfecta parábola que podría haber trazado en la caída si no hubiera hecho nada. Chirríaron todos los componentes del automóvil, y en el último instante, cuando ya caía por el precipicio, cerró los ojos. Intentó convencerse, en una décima de segundo, de que todo era un sueño de nuevo...

Despertó enpapado en sudor. Sin embargo, no había logrado convencerse de que había sido un sueño. Más bien, la realidad que le rodeaba lo parecía. Todo le era ajeno. Se puso las zapatillas de siempre como si fueran las de otro, se bebió un café que sabía como siempre pero diferente (el que había dejado hecho la noche anterior, pero otro), se metió en una ducha ajena y enjabonó una piel que no era suya. Todo era igual, pero no lo de siempre. Tendría que ir, como todos los días, a un trabajo en las afueras, sólo que ya no era su trabajo. Saldría de una ciudad extranjera exactamente igual a la que siempre había conocido, y conduciría un coche de la misma marca, modelo y matrícula que el suyo por carreteras por las que nunca había conducido, aunque conociera cada curva al milímetro. En una carretera de montaña, aunque no creyera en los sueños premonitorios, aceleraría demasiado, resbalaría en una placa de hielo, se aferraría a la vida aunque no fuera ya su vida, pisaría el freno a fondo, daría un volantazo, se despeñaría, cerraría los ojos, y quizá despertaría por fin de la pesadilla.

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