lunes, 16 de enero de 2012

Una leyenda

Como alguno (y cuando digo alguno, quiero decir ninguno) se habrá preguntado por qué el título de este blog alude al mundo actual, cuando en realidad los textos son más literarios que noticiosos (y, por lo tanto, deberían aspirar a la inmortalidad y ser tan aptos para los tiempos interesantes de la maldición china como para tiempos anodinos, o sea, de extrema placidez), aclaro que en realidad el título lo puse pensando en el primer texto que publiqué aquí ("Páginas perdidas...") que, siendo literario, trata de los tiempos actuales, y, por otro lado, que hace tiempo que no aspiro a pertenecer a la selecta casta de los locos de atar que alcanzan la inmortalidad literaria, ya que dejé de cumplir la primera condición necesaria para pertenecer a dicho grupo, que es estar como una cabra. Me curé, por desgracia.

Hoy, sin embargo, haré honor al título de la bitácora hablando de estos tiempos tristemente interesantes. Y es que, como dicen los cursis, hoy manda la actualidad, lo cual quiere decir que toca hablar del pasado. Porque hoy, señores y señoras lectores y lectores, ha muerto un hombre y ha nacido una leyenda. Una leyenda que es, como todas las leyendas, lo que a alguien le ha interesado contarnos acerca del hombre, pero también lo que se leerá en los libracos de historia oficiales del futuro, y lo que habrá que contestar en los exámenes de historia oficiales. O sea, lo que viene a ser la verdad revelada. Así que atentos, porque les voy a resumir la leyenda de don Manuel Fraga Iribarne:

Al principio fue Fraga, y nada más que Fraga, y antes del principio también, y el principio fue exactamente 1978, sin que antes hubiera nada, absolutamente nada, y mucho menos que nada un dictador llamado Franco, que de haber existido habría sido dictador sin querer, y en caso de haber existido Franco y haber sido Fraga ministro suyo, lo habría sido también sin querer. Y, mucho menos que ninguna de las cosas que no había antes del principio, nunca hubo nadie llamado Julián Grimau, ni había pasado nada en ningún lugar llamado Montejurra, que vaya nombrecito, ni, en caso de haber pasado algo en tal lugar (que no existía, y probablemente sigue sin existir salvo en las mentes de los enemigos de la patria) no habría sido responsabilidad de Fraga. Antes del principio, si había algo aparte de Fraga, era la calle, y la calle era de Fraga, porque no podía ser de nadie más, por mucho que porfíen los rojos judeomasónicos. Entonces Fraga subió al monte Sinaí, y allí Dios, o sea, él mismo, le dictó la Constitución Española. Y entonces bajó del Monte Sinaí y mostró a la gente las tablas de la ley, y todos vieron que aquello de la democracia, que acababa de inventar Fraga, era muy bueno, y loaron al Mesías. Desde entonces, todas las personas de bien votan a la derecha, como Dios (Fraga) manda.

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